La instalación Estira-T se hizo para participar en el festival de intervenciones efímeras, A cel obert, de la ciudad de Tortosa.
El festival tiene como objetivo acercar al ciudadano al patrimonio arquitectónico de la ciudad a través de creaciones artísticas, que tienen en común un tema escogido por la organización.
Ilusión fue el tema común para todas las intervenciones del año 2023, y el espacio que nos cedió la organización para desarrollar la instalación fue el patio de entrada del Convento de clausura de Santa Clara.
Dicho edificio data del s. XIII y se encuentra en la parte alta del barrio de Santa Clara, ubicado entre la vertiente norte de la colina del Sitjar y la calle Montcada (vía principal en la época medieval). Sus calles son estrechas y tortuosas, adaptándose a la topografía de la colina. Durante la Guerra Civil la ciudad fue afectada notablemente, quedando todavía visible parte de la destrucción de edificios. La expansión de la ciudad en nuevos barrios con mejores infraestructuras ha generado el abandono y ocupación del tejido antiguo del barrio por gente con pocos recursos, dejando actualmente un barrio degradado y sin servicios.
Bajo el tema ilusión se valoraron distintas acepciones para trabajar: las ilusiones ópticas, los juegos de azar, la esperanza de realizar algo… Pero la que más fuerza tenía siempre en el equipo era una visión nostálgica de la ilusión infantil, cuando todo es descubrimiento y emoción.
Por eso, el objetivo que nos marcamos fue devolver las risas y juegos de los niños al barrio degradado con una instalación participativa, que emula la ilusión de comer chicle por primera vez. El color rosa, estirar la goma, hacer pompas… todo este imaginario es el que hemos querido transmitir. 92 m2 de tela de poliamida rosa, 100 pelotas de pilates, 92 metros lineales de costura y 2 compresores hicieron falta para poder materializarla el paisaje participativo rosa.
El chicle, al igual que nuestra instalación, por su naturaleza, se expande, se deforma y se adapta. Esta transformación y variación continua del paisaje creado facilitó que se recuperara el bullicio y las risas de los niños de nuevo en el casco histórico. El patio del convento de clausura se convirtió durante un fin de semana en un espacio lleno de risas y vida. Los niños y niñas que viven en las proximidades fueron los principales usuarios y nuestros grandes aliados. A las 10 de la mañana se personaban en el patio para poder jugar y de paso, hacían de guías a los visitantes que subían la colina para ver la instalación, reubicaban el chicle de posición cuando se desplazaba demasiado y lo estiraban a su conveniencia.
El objetivo último de nuestra intervención estaba conseguido, un paisaje ilusionante donde poder jugar, manipular y estirarse.
